A su muerte (530), el imperio persa tenía como límites: al norte, el mar Negro, el Caspio y el Lago de Aral; al Oeste, el Mediterráneo; al Este el Indo; y al Sur, Arabia y el Golfo Pérsico. No estaba mal. El mundo no había conocido una extensión tal bajo el dominio de un solo señor. Pero el poder persa no había tocado techo.
Cambises II (530-522), hijo de Ciro, era gobernador de Babilonia a la muerte de éste. Eliminó cualquier atisbo de oposición y en 525 se dirigió a Egipto que conquistó en una rápida campaña. Destronó a Psamético II y fue entronizado faraón por los sacerdotes. Avanzó hasta Nubia y Libia. Le llegaron entonces rumores de una usurpación en Persia. Iba de camino hacia Ecbatana, cuando por causas nada claras, murió.
Aclaremos que tanto Ciro II como Cambises II llevan el numeral “segundo” debido a la existencia entre sus antepasados de sendos homónimos que habían sido reyes de Anzán, en tanto que dependientes de los reyes medos.
Y llegamos a Darío I (522-486), uno de los principales actores en el drama de Maratón. Estaba casado con Atosa, hija de Ciro, lo que le convertía en su yerno, siendo además de estirpe aqueménida. Sin embargo no era el único pretendiente al trono. Cambises no había tenido hijos, pero existían siete familias aqueménidas que presentaban aspirantes para el puesto. Con buen criterio, lo primero que hicieron esas familias fue unirse para acabar con un usurpador, un tal Gaumata que pretendía el trono, y también con los que le apoyaban. Después decidieron elegir un rey para lo cual (si damos crédito a Heródoto) utilizaron la “hipomancia”, adivinación por los caballos.
Dediquemos unos renglones a la famosa “hipomancia” porque la historia puede no ser cierta, pero desde luego pintoresca sí es.
Se trataba de que los siete aspirantes salieran al amanecer a lomos de sus caballos a campo abierto. Y el primer caballo que relinchase, designaría con ello que su dueño debía ser el nuevo rey. Bien, pues parece que el palafrenero de Darío, conocedor de la zona donde debería realizarse la prueba, llevó al caballo la noche anterior al sitio en cuestión y allí “le presentó” una yegua en celo. El caballo se lo pasó tan bien, que al día siguiente, cuando se vio en los terrenos que le traían tan bellos recuerdos, no pudo por menos de relinchar. Y hale, hop: “a rey muerto, rey puesto”.
“Si non è vero è ben trovato”. Pero sigamos con el reinado de Darío.
Si dejamos aparte a Ciro II, el de Darío I fue el reinado más beneficioso para Persia de todos los aqueménidas. Sin embargo los inicios fueron difíciles ya que surgieron rebeliones por doquier. En 519 tuvo que reprimir la sublevación de Babilonia; en 518 la de Egipto, en 513 la región del Indo… Entre todas estas acciones militares tuvo tiempo para dividir administrativamente el imperio en veinte satrapías, acuñar moneda (inventada el siglo anterior en Lidia), los célebres “dáricos”, arreglar viejos caminos y abrir otros nuevos, establecer un sistema de correo a caballo, organizar un sistema de impuestos eficiente, estimular el comercio, ordenar pesos y medidas…
El conjunto formaba una comunidad que los propios griegos denominaban la “Koiné” (lengua común) y que designaba la unidad de unos pueblos que adoraban a los mismos dioses, ostentaban los mismos antepasados y hablaban la misma lengua, si bien es cierto que diversificada en varios dialectos.
Los griegos de la Jonia habían tolerado la dominación lidia y también la de Ciro y Cambises, pero con el advenimiento de Darío, la situación se hizo más onerosa. Aumentaron los impuestos, se les impusieron guarniciones, debían engrosar los ejércitos del Gran Rey, se puso límites a su libertad de comercio… y lo peor de todo: tuvieron que aceptar como gobernantes de sus polis a sátrapas persas o bien a tiranos impuestos por estos.
Esto es lo que cuenta Heródoto, que es muy amigo de individualizar cualquier asunto, pero es más realista pensar que sin la intervención de Aristágoras, Jonia ya estaba lista para la rebelión.
En cualquier caso, fue Aristágoras quien en el año 499, renunció a la tiranía y viajó a Esparta y Atenas para pedir ayuda militar contra los persas. En Esparta, el rey Cleómenes no le escuchó; pero Atenas (que desde la conquista persa del Helesponto estaba teniendo problemas con el suministro de trigo del Mar Negro) ofreció acudir a Jonia con veinte naves. Igualmente Eretria, aliada de los atenienses, contribuyó con cinco.
Otro motivo que incitó a Atenas a apoyar a los jonios, fue el hecho de que su antiguo tirano Hipias, desterrado de la ciudad desde 510, al advenimiento de Clístenes y la democracia, se encontraba en la corte de Darío donde esperaba encontrar apoyo para recuperar la tiranía.
Así, en 498 Aristágoras llevó a milesios, atenienses y eretrios contra Sardes. Consiguieron incendiar la ciudad y derrotar a las tropas persas que se les opusieron, con excepción de las atrincheradas en la acrópolis, defendida por el propio Artafernes. Después de esta operación, las naves atenienses y eretrias fueron llamadas a sus bases y los milesios quedaron solos.
Pero esta pequeña victoria, excitó el ánimo de muchas ciudades griegas que se unieron entonces a la revuelta. La región del Helesponto, el Bósforo, Caria, Licia, Chipre… En muchas de las ciudades, la guarnición persa fue asesinada y la rebelión no dejaba de extenderse.
En 495 se produjo la batalla naval de Lade, donde una coalición de navíos jonios, fue arrasada por la flota persa compuesta por barcos fenicios, egipcios, cilicios y chipriotas. A esta derrota ayudó mucho la defección en mitad de la batalla de gran parte de los jonios.
Después, en el otoño de 494, toda la fuerza de los ejércitos persas (fenicios, egipcios, babilonios, medos, bactrianos, sakas, indios…) cayó contra Mileto, que fue destruida y sus habitantes esclavizados o deportados.
La rebelión jonia había durado apenas cinco años.
Pero a los ojos de Darío, quedaba pendiente que atenienses y eretrios tuviesen su castigo por haber apoyado la rebelión y especialmente (dice Heródoto) por haber incendiado Sardes, ciudad que se había convertido en una de las favoritas del Rey.
Darío I. Bajorrelieve sito en el Museo Nacional de Teherán.
En 492 envió a su general Mardonio a Grecia septentrional con órdenes de terminar de asentar su poder en la zona de Tracia y Macedonia, terminando la labor de Megabazo. La misión se realizó con éxito, pero al regresar, gran parte de la flota persa fue diezmada por una tormenta en las proximidades del monte Atos, en la Calcídica.
Esto aumentó las iras del Rey, y fue entonces (ya estamos en 491) cuando envió heraldos a diversas ciudades griegas para “pedir el agua y la tierra”. Esto significaba una sumisión total por parte de los que se aviniesen a la ceremonia. Muchas ciudades griegas aceptaron la imposición, pero en Esparta arrojaron a los heraldos a un pozo donde encontrarían (dijeron los espartanos), suficiente tierra y agua. Los atenienses se limitaron a despeñarlos acrópolis abajo.
Así, no es de extrañar que en junio de 490, Darío mandase armar una flota en Cilicia (sur de Asia Menor) y la enviase contra Grecia continental. Esta flota estaba al mando de Datis, general medo de la máxima confianza de Darío. Como representante de la casa real, figuraba el hijo del sátrapa de Sardes, llamado Artafernes, como su padre. Les acompañaba Hipias, el mismo que había sido tirano de Atenas. Porque uno de los objetivos de aquella campaña era asentar a Hipias en la tiranía nuevamente. El tirano tenía en la ciudad numerosos partidarios. Y es este un detalle que creemos no ha sido valorado suficientemente, en tanto que fue condicionante de varios detalles en los prolegómenos de la batalla de Maratón.
La palabra “tirano” no había tenido en origen el significado de “dirigente despiadado y cruel” que tiene entre nosotros. Era una palabra que designaba a alguien que detentaba el poder sin haberlo heredado (como en una monarquía), y sin haber sido elegido (como en una democracia). Fue la forma de gobierno más común en el mundo griego entre los siglos VII y VI.
Cuando en Grecia desaparecieron las monarquías (excepción: Esparta y Macedonia), la aristocracia tomó las riendas del poder. La aristocracia, como forma de gobierno, degeneró en oligarquías que dieron lugar a abusos contra las masas más humildes de las polis y el descontento creció. Ese descontento fue aprovechado por aristócratas más avispados que los demás, que apoyándose precisamente en esas masas populares (siempre más numerosas que las clases medias y altas) se apoderaron del poder sin tolerar la más mínima oposición (1), desterrando para ello (y asesinando en algún caso) al resto de familias aristocráticas. Esto fueron en principio los tiranos.
(1) Es el mismo comportamiento que han seguido en los últimos siglos, numerosos políticos "de izquierdas" para ocupar el poder y mantenerse en él. Como vemos, no hay nada nuevo bajo el sol.
Y el caso es que en los primeros tiempos, gobernaron bien. Protegieron siempre los derechos de las clases oprimidas. No es casualidad que entre los llamados “siete sabios de Grecia”, varios de ellos fueran tiranos de sus respectivas ciudades. Pero como no podía ser de otra manera, ("el poder absoluto corrompe absolutamente”), las tiranías se fueron convirtiendo en lo que designa la palabra hoy día. El último tirano de Atenas había sido Hipias, lo que nos devuelve al hilo de la narración.
La flota persa, camino de Grecia continental se demoró conquistando Naxos y Delos. Después, dejando Atenas para el final de la campaña, atacaron la isla de Eubea donde tomaron fácilmente Caristo y después sitiaron Eretria que se lo puso más difícil. Seis días tardaron en vencer la resistencia de la ciudad y aún así, parece que en última instancia fue un grupo de partidarios de la tiranía los que abrieron las puertas de la ciudad. Sea como fuere, Eretria fue destruida, sus templos quemados y sus habitantes esclavizados.
Después de unos días de descanso, la flota de Datis se dirigió a la bahía de Maratón. ¿Por qué Maratón? Heródoto dice que por consejo de Hipias, ya que allí la caballería persa podría evolucionar ampliamente. Pero Maratón dista de Atenas unos 42 kms, en tanto la llanura de Falero (puerto de Atenas hasta que se inauguró El Pireo algunos años después) está a unos 8 kms. Y esa llanura constituía un magnífico escenario para la caballería como habían demostrado los jinetes tesalios años antes. No, la verdadera razón hay que buscarla en los partidarios que Hipias tenía en la ciudad. Desembarcando en Maratón y devastando la zona conseguirían que el ejército ateniense dejase la ciudad para enfrentárseles, con lo que los quintacolumnistas filopersas y partidarios de Hipias tendrían las manos libres para hacerse con el poder.
Hay que considerar que el ejército de hoplitas estaba formado por clases medias y altas (que eran quienes podían pagarse el costoso equipo del que hablaremos más tarde), mientras que las clases más humildes no formaban parte del ejército. Posteriormente, cuando Atenas tuvo una flota numerosa, estas clases formarían las dotaciones de las naves, pero faltaba mucho tiempo para eso. Y es el caso que gran parte de estas clases populares ansiaban el regreso de la tiranía.
Es indudable la existencia de una inteligencia entre Datis y los partidarios de Hipias. Pero Heródoto no es claro en este punto. Parece como si temiese molestar el pundonor de los atenienses de su tiempo (hijos y nietos de los protagonistas de Maratón), al recordarles que parte de sus antecesores habían apoyado la tiranía y el medismo.
La leyenda que cuenta que fue este mismo Filípedes quien después de la batalla llevó la noticia de la victoria a Atenas para morir acto seguido, surgió 600 años después de estos hechos, en época romana.
Los persas habían anclado su flota al norte de la bahía, protegida de los vientos por la península de Cinosura (la cola de perro). Los griegos montaron su campamento al suroeste, en las estribaciones del monte Agrieliki, junto a un antiguo santuario dedicado a Heracles. Entre ambos campamentos podría haber una distancia de cinco kilómetros.
Ninguna de las dos facciones tenía prisa por atacar. Los griegos esperaban ganar tiempo para la llegada de los espartanos. Los persas esperaban una señal de sus partidarios en Atenas para transportar por mar parte de sus tropas a Falero, dominar la ciudad con ayuda de aquellos y dirigirse después por tierra a Maratón para coger al ejército griego entre dos fuegos.
de esta partiese hacia Falero.
Estando ya acampados los atenienses, recibieron un destacamento de 1.000 hombres de la ciudad de Platea, protegida de Atenas.
Transcurrieron varios días durante los cuales persas y griegos se observaban sin decidirse a mover ficha. Entonces, al atardecer del día 11 de septiembre (parte de la crítica prefiere agosto) Datis y Artafernes recibieron una señal. Un escudo brilló a la luz del sol poniente desde las montañas próximas indicándoles que en Atenas, los partidarios de Hipias estaban preparados para pasar a la acción. Por tanto, era necesario prestarles apoyo cuanto antes. Al anochecer, con el mayor sigilo, Datis se embarcó con la caballería y parte de la infantería y puso rumbo a Falero. En la playa quedaba al mando Artafernes, rezando a sus dioses para que los atenienses no se percatasen de que el ejército persa había quedado sustancialmente mermado, aunque aún era superior numéricamente.
Pero si los persas tenían traidores entre los griegos, la situación tenía su reverso: varios jonios al servicio de Datis, desertaron y corrieron al campamento ateniense donde contaron a los estrategos que en el ejército persa ya no había caballería y que incluso parte de la infantería había sido embarcada para atacar Atenas.
Los diez estrategos habían tenido opiniones divididas hasta pocos días antes. Cinco eran partidarios de una estrategia defensiva, atrincherarse al pie de la colina y aguantar la embestida persa cuando llegase. Otros cinco, liderados por Milcíades el Joven (que había luchado al servicio de los persas y conocía sus debilidades), optaban por atacar en cuanto hubiese ocasión. Pero por encima de los diez estrategos y para romper el empate si se producía, estaba el arconte polemarco, Calímaco de Afidnas. Milcíades le había convencido para que apoyase su moción, y así, cuando se produjo la noticia de la división del ejército persa, Milcíades, vio llegada la ocasión que había estado esperando y tomó la decisión: el ataque griego se produciría con las primeras luces del día siguiente: 12 de septiembre (o agosto) de 490. Los dioses contuvieron el aliento.
Parece un buen momento para analizar los efectivos de ambos ejércitos. Y para esto, nos desviamos de Heródoto que es bastante exagerado en cuanto a cifras y nos acogemos a la crítica contemporánea. Que por otra parte, es bastante variable en este punto. Escogemos en cada ocasión los datos que nos parecen más creíbles.
El ejército persa se dividía en grandes unidades de 10.000 hombres llamadas “Baivarabam”. Estas unidades comprendían caballería, infantería y arqueros. Sería el equivalente a una “división” moderna que engloba diferentes armas. A su vez, el “Baivarabam” se dividía en 10 unidades de 1.000 hombres que se conocían como “Hazarabam”. De estos, unos eran de caballería y otros de infantería.
El contingente que salió de Cilicia al principio de la campaña, puede haber constado de tres “Baivarabam”, es decir: treinta mil hombres. Ahora bien, tras los combates en Naxos, Caristo y Eretria (en Delos no hubo combates), tenemos que descontar las bajas recibidas y los destacamentos que quedarían de guarnición en territorios ocupados. Pongamos que cinco mil hombres. Por tanto, a la llanura de Maratón, llegarían en torno a los 25.000 combatientes. Y si Datis abandonó la zona con toda la caballería y parte de la infantería (contingentes que podemos evaluar en 10.000), tenemos que para hacer frente a los griegos en Maratón, quedarían 15.000 hombres.
Lo mejor de los efectivos persas era la caballería, como se había demostrado en enfrentamientos en Mesopotamia y Asia Menor. Todavía no se habían ideado los cuerpos de catafractos, pero los jinetes persas parecen haber sido los únicos en el ejército que disponían de elementos de protección corporal. Desgraciadamente para Darío, la caballería estaba en esos momentos embarcada camino de Falero.
Los famosos Inmortales (“Armtaka”), la guardia del rey persa, que formaban un “Baivarabam”, no estuvieron presentes en los hechos que relatamos.
La parte del ejército que había quedado en Maratón era una masa absolutamente heterogénea, una amalgama de tribus de todos los rincones del Imperio: indios, bactrianos, asirios, fenicios, egipcios… tropas de dudosa calidad y eficacia. Sin embargo, Artafernes, contaba con varios “Hazarabam” de élite. Algunos de ellos formaban los “arstibara” (lanceros) que procedían de Media y Persia. Otros los constituían los “sakas”, rama de los escitas que formaban parte del Imperio y habían demostrado su fidelidad a Darío en operaciones anteriores. En Maratón, estos cuerpos de élite formaron en el centro de la línea, puesto de honor entre los persas.
El resto de las tropas, que formó en las alas, estaba formado por “Hazarabam” de “sparabara”, lanceros armados con un gran escudo de mimbre (spara) protegidos tras los cuales, disparaban los arqueros así como los mismos “sparabara”. Prácticamente todas las tropas persas, estaban provistas de arco.
En el equipo ofensivo de los persas, además del arco, figuraban lanzas, jabalinas, espadas tipo “kopis”, dagas y hachas. También existían honderos. Su equipo defensivo se limitaba a diversos tipos de escudos de mimbre o madera recubierta de pieles. Sus cabezas iban tocadas con diversos tipos de gorros de piel, cuero o tela denominados “tiaras”. En resumen, su protección contra golpes inciso-cortantes o punzantes, era mínima.
La moral de estos cuerpos era muy variable. Desde las élites iranias (medos y persas) que mantenían su combatividad en todo momento, hasta las levas de campesinos de otras etnias, las cuales luchaban “porque se lo mandaban” y que debían estar dirigidas por oficiales medopersas para obtener algún rendimiento de ellas. Muy diferente a la moral de los atenienses, que combatían por su libertad y para mantener su modo de vida. Vamos con ellos.
En algún momento del siglo VIII, los griegos habían abandonado el desordenado sistema de lucha que podríamos denominar “heroico” y adoptado una formación muy peculiar y absolutamente disciplinada: la falange. Era esta una formación en línea con una profundidad de ocho hombres y una extensión tan amplia como permitiese el total de efectivos, el terreno en que se moviesen y la extensión del frente enemigo.
La falange sufriría transformaciones en armamento y táctica a lo largo de seis siglos. Evolucionó para aumentar su capacidad de movimiento y adaptación a los imprevistos del combate (aunque esta evolución no impidió que en el siglo II fuera arrollada por las legiones romanas). Pero en el siglo V, la táctica era sencilla como el mecanismo de un chupete y efectiva como el puño de un herrero. Se trataba simplemente de embestir al enemigo con el escudo en el brazo izquierdo y la lanza sobre el hombro derecho acuchillando lo que se pusiera por delante. La primera y segunda línea podían utilizar sus lanzas, las restantes se limitaban a empujar a las delanteras, tratando de romper la línea enemiga.
Hasta el momento de la rebelión jonia, la falange únicamente se había enfrentado a otras falanges en las frecuentes luchas entre diferentes “polis”. Y esos enfrentamientos duraban relativamente poco tiempo. En el momento que una de las falanges comenzaba a retroceder y la moral se quebrantaba, sus integrantes daban la vuelta y corrían todo lo que podían. Con lo que los vencedores quedaban dueños del campo, levantaban un “trofeo”, los vencidos perdían unas cuantas hectáreas de campos de cultivo y se hacía la paz hasta el próximo conflicto. Se trataba de combates con pocas bajas, en parte por la escasa duración de la lucha y en parte por la magnífica protección que portaban los hoplitas.
El “hoplita” recibe su nombre del “hoplón”, palabra que aunque ha terminado designando el escudo que portaban (que se denominaba “aspis”), significaba en origen el total de las armas del guerrero. Todavía en nuestros días, la palabra “panoplia” designa (en su etimología inconfundiblemente griega) un conjunto de armas (pan oplia = todas las armas).
Así pues, esa panoplia, en el período que nos ocupa, constaba generalmente de: lanza (dory): de unos 2,5 metros, fabricada en madera de fresno, con una punta de hierro de unos 20-30 cms. y una contera de bronce al extremo para contrarrestar el peso y clavarla en el suelo si convenía; espada (xiphos): generalmente forjada en hierro, de doble filo y unos 60 cms. se utilizaba cuando se rompía la lanza; casco (kranos): el modelo más común era el yelmo llamado “corintio”, perfecto para proteger cuello, cara y cabeza, pero fatal para la audición. Estaba fabricado en bronce y recubierto en el interior de cuero, lo que provocaba un calor sofocante que los soldados procuraban atenuar en momentos de tranquilidad echándoselo hacia atrás, como muestra la iconografía. Coraza (thorax): Aunque aún se utilizaba la coraza “anatómica” de bronce, se había impuesto un tipo más ligero fabricado con lino endurecido (linothorax) reforzado en algunos casos con láminas de metal; suponía una buena protección y permitía mayor libertad de movimientos. Grebas (knemis): protección metálica, generalmente de bronce, que cubría la pierna inferior desde el tobillo hasta encima de la rodilla. Existían guardas para muslo, pie, brazo y antebrazo, pero no eran comunes. Y por último, el escudo. Este elemento requiere un estudio pormenorizado.
Había sido el escudo (llámese hoplón o aspis) el elemento que había hecho posible la forma de combatir en falange. Parece que fue introducido en Grecia por los dorios. Estaba fabricado en madera, recubierto en su cara externa por una lámina de bronce y por dentro de cuero. Su peso oscilaba entre los 6-8 kilos y su diámetro entre 90-110 cms. Característica principal era que, frente a escudos anteriores que para portarlos disponían de un asa central, el aspis tenía en el centro un brazalete metálico por donde se pasaba el brazo, y el asa central pasaba a un lateral, esto implicaba un doble agarre que impedía que un fuerte golpe lo hiciese caer, como comúnmente ocurría en los escudos de un solo asidero. Otro elemento del escudo era un reborde que aumentaba el diámetro del cuerpo principal del escudo, que era cóncavo (“aspis koilé”, lo denominan los textos griegos, es decir: escudo hueco); ese reborde se podía hacer encajar en el hombro izquierdo, lo que aumentaba la maniobrabilidad y permitía soportar mejor su peso.
Armados de esta manera, un hoplita junto a otro, resultaba que cada uno de ellos iba perfectamente protegido de frente y por su izquierda, pero por la derecha (donde se sostenía la lanza) era vulnerable. Esto hacía que cada hoplita se arrimase lo más posible al compañero de la derecha para protegerse ese flanco con su escudo. Lo cual imprimía a la falange un empuje hacia la derecha que posteriormente fue utilizado como movimiento táctico. El caso es que el escudo no protegía únicamente a su portador, sino también al compañero. Por eso su pérdida en batalla estaba multada y por eso tirarlo para huir, era la peor de las vergüenzas para un hoplita. Recordemos la célebre frase de las madres espartanas “Vuelve con tu escudo o sobre él”, es decir, “Vuelve victorioso o muerto”. Ya que de volver derrotado, habría tenido que tirar el escudo para huir más rápido, y de volver muerto, los compañeros le transportarían encima de él.
Los ejércitos griegos, excepto Tesalia y Macedonia, no dispusieron de caballería hasta la Guerra del Peloponeso. Tampoco se habían creado aún cuerpos de arqueros ni de peltastas. En ocasiones, pequeños grupos de “psiloi” (lanzadores de jabalina u honderos), frecuentemente sirvientes de los hoplitas, acompañaban a las falanges para hostigar al enemigo en los prolegómenos del enfrentamiento, y protegerse tras ellas en el momento del encuentro. En cualquier caso, si este tipo de combatientes estuvo presente en Maratón, ninguna fuente lo confirma.
Volvamos a Maratón en el amanecer del 12 de septiembre (o agosto) de 490 aC.
Plan de batalla de ambos contingentes.Allí formaban las diez tribus de Atenas y el refuerzo de 1.000 hoplitas de Platea. Cada una de las tribus atenienses contribuía con 1.000 hombres, lo que nos da 10.000, pero no podemos pensar que hubiesen dejado la ciudad sin una guarnición apropiada. Primero por prevenir posibles ataques exteriores y segundo por mantener sujetos a los partidarios de la tiranía. Cada tribu debió dejar pues en la ciudad, un número de hombres (pues como veremos, en Maratón había representación de todas ellas). Podemos suponer que en total permanecieron en Atenas unos 1.000 hombres, lo que nos sitúa en el campo de Maratón a 9.000 atenienses y 1.000 plateos. 10.000 hombres en total frente a los 15.000 persas de Artafernes.
La falange formó con los plateos en el flanco izquierdo, y a continuación las diez tribus atenienses probablemente por este orden: Erectea, Cécrope, Egea, Pandionisia, Leóntida, Antioquea, Enea, Hipopóntide, Acamántide y Ayántide. El flanco derecho constituía el puesto de honor en los ejércitos griegos y era mandado por el arconte Calímaco. El mando total del ejército lo ostentaba Milcíades por delegación de los otros estrategos.
Se hicieron los sacrificios oportunos y siendo favorables los augurios, sonaron las flautas y el ejército se puso en marcha hacia el campamento persa. La distancia era de entre cinco y seis kilómetros.
de los griegos va marcado con la letra "Lambda", inicial de Laconia,
Al general Artafernes no le habían pasado desapercibidos los movimientos en el campo ateniense y ya había formado su ejército y avanzado al encuentro de los griegos.
En algún momento de esa aproximación, Milcíades se percató de que su línea era rebasada por ambos flancos. Detuvo la falange y redistribuyó sus efectivos. Dejó el centro (las tribus Leóntida y Antioquea) reducido a cuatro líneas de profundidad (el mínimo para que el sistema falangítico pudiese funcionar), y con ello consiguió extender su línea. Pero lo hizo de manera que los flancos del ejército mantenían las ocho filas tradicionales de profundidad. Se ha dicho que esta configuración fue casual. Pero sabemos que Milcíades era un soldado profesional y que conocía perfectamente la forma de combatir persa; creemos por tanto que dicha formación no tuvo nada de accidental.
Con la falange ya readaptada a la situación prosiguió el avance. Cuando estuvieron a un kilómetro y medio del enemigo, se detuvieron. Los persas no parecían dispuestos a iniciar el ataque. Esperaban el avance griego para aplicar su táctica de lanzar andanadas de flechas y ablandar la formación adversaria antes de llegar al cuerpo a cuerpo. Pasaron unos tensos minutos. Después, sonó la trompeta. Los atenienses y plateos calaron sus cascos, embrazaron sus escudos y se dirigieron hacia la línea persa a paso lento, entonando el “pean”.
Cuando estuvieron a unos 200 metros comenzó a caer sobre ellos una lluvia de flechas. Se dice que 12.000 arqueros expertos podían soltar 25.000 por segundo. Entonces Milcíades ordenó algo que ninguna falange había hecho anteriormente: cargar a la carrera. Reducía así el tiempo durante el que la formación estaba expuesta a la mortífera descarga de proyectiles. Si bien donde Heródoto dice “carrera” debemos entender “paso ligero”, ya que una carrera “libre” habría desordenado la formación hoplítica.
En cualquier caso, la mayoría de las flechas rebotaron en los escudos y cascos griegos, y cientos de toneladas de carne, sangre, hueso y bronce cayeron sobre la línea persa.
El centro ateniense con sus cuatro líneas de profundidad se estrelló contra la élite irania. Sakas y persas lucharon con fiereza y provocaron cuantiosas bajas a los griegos que tuvieron que retroceder acosados por sus enemigos. Pero la línea no se rompió.
En los flancos, donde la falange era más densa, los contingentes multinacionales de Darío, no pudieron frenar la avalancha que se les venía encima, aguantaron durante un tiempo y después huyeron hacia las naves. Los flancos griegos, ya sin oposición, avanzaron, y en lugar de perseguir a los huidos, giraron en ayuda de su maltrecho centro y atacaron por la retaguardia a sakas y persas victoriosos hasta ese momento. La matanza fue espantosa, los iranios lucharon como demonios, pero finalmente, también ellos huyeron.
Los griegos los persiguieron diezmando sus filas, hasta los barcos, donde se originó una contienda que recuerda la narrada por Homero cuando los troyanos al mando de Héctor, consiguen llegar hasta las embarcaciones griegas. Los persas trataban de embarcar y los griegos de incendiar las naves para impedírselo.
Por fin, los persas consiguieron hacerse a la mar, no sin dejar siete barcos en manos de los griegos. También dejaban (si creemos a Heródoto) 6.400 muertos contra 192 griegos. La victoria fue total.
Pero quedaba el problema de Datis. Éste ya estaba camino de Atenas. Si conseguía llegar a la ciudad antes que el ejército griego, sería un hecho la rebelión de los partidarios de Hipias, los persas tomarían la ciudad arrasando la escasa guarnición que la defendía, sus mujeres e hijos serían asesinados o esclavizados y el esfuerzo ateniense hubiese sido en vano.
Se ha calculado que de Maratón a Falero por mar, se invertirían unas 35 horas. Si Datis había embarcado la noche del día 11, no podría llegar a su destino antes de la mañana del 13. Había una posibilidad. Milcíades decidió dejar en la playa de Maratón a la tribu Antioquea (la más castigada en la batalla, parece) para custodiar los prisioneros y enterrar a los muertos. Después emprendió con las nueve restantes tribus y los plateos una desesperada marcha hacia Atenas.
Debieron salir en torno al mediodía del día 12, al terminar la batalla, y al anochecer del mismo día ya estaban acampados junto a la colina del “Likabetos”. De los persas no se sabía nada y los partidarios de Hipias no se habían movido; en parte por la disuasión que constituía la guarnición, en parte porque los persas no habían llegado a tiempo, y en parte (hay que suponer) por haber conocido el destino de Eretria pese a que la facción filopersa les había abierto las puertas. Solo quedaba esperar la llegada de la flota persa.
Y los persas llegaron a Falero al alba del día 13. Y con gran sorpresa vieron que en la playa les estaba esperando el ejército ateniense formado en orden de combate. Por otra parte, sus informadores les tendrían sobre aviso de la próxima llegada de los espartanos.
Así que Datis, desde su barco, observó las formaciones de hoplitas preguntándose cómo diablos estaban allí cuando él las situaba aún en Maratón; supo que en esas condiciones, no tenía siquiera ocasión de desembarcar la caballería; valoró sus posibilidades, y dio orden de zarpar camino de Asia. La civilización occidental se había salvado… de momento.
---oOo---
- Laus Deo -
---oOo---