Desde hace algo más de cuarenta años, vengo traspasando a figuras de plomo las influencias que libros, películas, ilustraciones e incluso "comics", han ido dejando en mí.

Las figuras que pinto, son en su mayor parte "miniaturas militares", ya que ha sido la Historia, especialmente la Antigua y Medieval, mi mayor fuente de "inspiración". Las escalas más frecuentes que utilizo, son las de 15, 25 y 28 mm. Son las mismas que utilizan los "wargamers", con los que coincido en la necesidad de representar grandes unidades en un mínimo espacio.

Los textos con que acompaño las miniaturas, en ningún caso pretenden ser exhaustivos, ni estudios sobre el período de que se trate. Sólo trato de comentar sucintamente, el ambiente (histórico o imaginario) en que se movieron las figuras representadas.

Animado por amigos y familiares, y especialmente por mi amiga Kirei (artífice además, del soporte técnico que podéis ver), me decido a mostrar públicamente parte de mi colección. Continuaré añadiendo entradas periódicamente.

Llevado de mi impenitente cinefilia, me permito en algún caso, recomendar títulos que pueden ampliar datos a los posibles interesados en los temas tratados.

Espero que os gusten "mis" figuras. Si se os ocurre hacer algún comentario, sugerencia o rectificación, no dudéis en contactarme.

Heroquest en Resina - Minis3D - No muertos

Continuando con la pintura de las miniaturas del Heroquest realizadas en resina por la empresa española "Minis3D", llegamos las truculentas figuras de los "no muertos"; además de las figuras clásicas (cuatro esqueletos, dos zombis y dos momias, como sabemos), que figuraban en la primera edición (todos ellos "monoposes"), añado otros dos esqueletos en diferentes posiciones, así como otra momia y un espectro; estas últimas minis aparecidas en posteriores ediciones "heroquestianas".


Pero como tanto a esqueletos, como a zombis y momias, ya les tengo dedicadas entradas anteriores, y no voy a repetirme con los textos, voy a acompañar las fotos de este post dedicado a los "no muertos"  con algunos relatos cortos que tienen como tema la Muerte, lo macabro, lo inexplicable... ese tipo de cuentos que aunque puedan ocasionarnos más de un escalofrío, también nos producen un oscuro placer mental.  


Porque... es curioso, pero ¿no os habéis fijado en que invariablemente (o con mucha frecuencia) en las reuniones con amigos o familiares, durante esas conversaciones que se prolongan hasta altas horas de la madrugada, en algún momento de la velada, surge  "el tema" de lo oculto, lo misterioso... de los muertos o de las apariciones? Y es que lo inexplicable, desde los albores de la civilización, siempre ha tenido una atracción poderosa para la humanidad. Posiblemente "atracción morbosa"... pero atracción.

Vamos a ver, entonces, cuatro relatos de este tipo; uno de autor desconocido, otro de un escritor francés del siglo XIX, y otros dos de mi propia cosecha. Todos cortos; y algunos ultra-cortos.


Y vamos a empezar con un bonito cuento anónimo que se supone creado en la Persia del siglo XIII. Existen diversas variaciones del relato, realizadas por diversos autores. Las variaciones se dan incluso en el título; lo podemos encontrar como "El criado y la Muerte", "La visión de Abdul", "El gesto de la Muerte", "Cita en Samarcanda"... en este último caso de la "Cita", la ciudad en cuestión puede variar según la versión: además de Samarcanda, encontramos Samarra, Ispahan y otras.


Aunque hemos dicho que generalmente se admite como origen del cuento, la Persia Medieval, existen precedentes en la tradición hebrea desde el siglo VI, donde aparece como uno de los protagonistas, ni más ni menos que el Rey Salomón. La historia se popularizó en Europa a principios del siglo XX, cuando Jean Cocteau, incluyó el relato en una de sus novelas. A partir de aquí, proliferaron las versiones, que como decimos, no pueden ser más divergentes.


También es conocida la inclusión del cuento en la película "El héroe anda suelto" (originalmente, "Targets", Peter Bogdanovich, 1968), donde lo escuchamos en la voz del mismísimo Boris Karloff, lo que le da un "toque" muy apropiado...  


Lo que sigue es mi propia versión del relato, tomando partes de aquí y de allá, añadiendo detalles de mi cosecha y narrado en un tono informal. Y como el título que más me convence es "Cita en Samarcanda", así lo encabezo. Vamos pa'llá...


Cita en Samarcanda
Cuentan (pero Alá es más sabio) que existía en la lejana Bagdad un rico comerciante, que gustaba de comenzar sus jornadas tomando un té de la India. Pero un día, a primera hora de la mañana, cuando esperaba que sus criados le sirviesen la acostumbrada infusión, se presentó ante él su criado mayor, su mayordomo Abdul, que le dijo:

- Señor... cuando he ido a dar las órdenes para preparar tu té de la India, el cocinero me ha dicho que... se ha acabado; no queda nada.


- ¡ Maldición! -rugió el comerciante- haré que le corten las orejas, por no percatarse antes de tal falta y reponer existencias... bueno, pues ahora mismo, vas a ir tú, Abdul, a la Plaza del Mercado y vas a comprar todo el té de la India que encuentres. Pero vamos, ¡ya! ¿Qué haces ahí parado?

Y así, el criado salió disparado para el Mercado de Bagdad... pero al poco rato, regresó, pálido, demacrado... aterrorizado. Y arrojándose a los pies de su amo, gimió:


- Amo, disculpa a este hijo de una comadreja; no he podido cumplir tu encargo por... extrañas circunstancias.

-¿Pero qué me estás contando? - o algo parecido, dijo el comerciante.

-Verás, Señor... cuando he llegado al Mercado, he visto a la Muerte, que paseaba entre la gente... y cuando nuestras miradas se han cruzado, me ha hecho un gesto de amenaza, por lo que he huido rápidamente, despavorido. Por tanto, te suplico, amo, que me prestes un caballo para escapar a Samarcanda, donde, en casa de mi padre, no creo que me encuentre.


- ¿Seguro que era la Muerte? - inquirió el mercader- ¿No sería simplemente alguien con una fisonomía extraña?

-  No, amo; era la Muerte. Sus vestiduras negras, su pálida faz... ¡su guadaña!

- Vale, vale. Si es así, ve a las cuadras, toma el caballo que quieras y que te vaya bien en Samarcanda... ya nos veremos.


Con lo cual, el criado salió a uña de caballo hacia Samarcanda. El comerciante envió a otro criado al Mercado y por fin pudo tomar su acostumbrado té de la India, aunque con cierto retraso... 

Esa misma tarde, al comerciante le apeteció dar una vuelta por el Mercado; y mira tú por donde, se encontró con la Muerte, que continuaba deambulando por allí. Ni corto ni perezoso, se dirigió a Ella, y le dijo:


- Oh, Muerte: ¿por qué has amenazado esta mañana a mi criado Abdul?

Y la Muerte contestó:

- Ah, sí... Abdul. Efectivamente le vi esta mañana y le hice un gesto; pero no fue de amenaza, sino de asombro... porque me extrañaba verle aquí en Bagdad por la mañana, cuando tengo una cita con él esta noche... en Samarcanda.

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Bonito cuento ¿verdad? Le hace a uno plantearse pensamientos sobre lo inevitable del Destino y otras cuestiones más o menos trascendentes. Pasemos ahora, a un relato de Guy de Maupassant (1850-1893), autor francés al que debemos numerosas incursiones en "lo inexplicable".


Y una de sus "incursiones" más truculentas y que más me hizo pensar en su momento,  es el cuento titulado "La Muerta". El texto que os dejo, es una adaptación mía, recortando el original para hacerlo más "digerible". Espero que os guste. Añadiré que el nombre de la protagonista, "la muerta" (o la "no-muerta", según se mire), es también una adición por mi parte.  


La muerta
Mi amada Beatriz había muerto. Había muerto en la flor de la edad, a sus veintisiete años... cuando hacía apenas un año que vivíamos juntos. Salió un día de lluvia a realizar unas gestiones, se enfrió, enfermó seriamente y en quince días había muerto.


No me resignaba a la pérdida y estuve a punto de perder la razón. Salí de viaje y estuve fuera varios meses tratando de reencontrar la alegría de vivir. Pero fue inútil, cuando regresé a la ciudad, continuaba sumido en negros pensamientos.


Atraído por no sé qué influjo entre morboso y piadoso, decidí ir una tarde al cementerio para visitar la tumba de Beatriz y llorar sobre la lápida que ocultaba su cadáver... allí pude leer la inscripción que sobre una cruz de mármol blanco hice grabar en su memoria: "Amó, fue amada y murió".


Allí estuve durante horas; y cuando el sol comenzó a ocultarse, me asaltó la loca idea de permanecer toda la noche junto a la tumba, creyendo que así podría establecer algún tipo de contacto con ella y consolar mi dolor. Pero el vigilante del cementerio comenzaba a avisar a los escasos visitantes de que era hora de cerrar y que debían abandonar el recinto. 


Así que decidí esconderme; me deslicé entre lápidas y cipreses y me oculté a unos veinte metros de la tumba de Beatriz, junto a un panteón rodeado por una verja herrumbrosa y protegido por altos arbustos. Allí, me senté sobre una tumba y esperé...


Dejé pasar varias horas a la espera de que el vigilante realizase su ronda y se retirase. Afortunadamente, esa noche había luna llena, por lo que la visibilidad era bastante precisa. Debían ser las doce cuando decidí que ya era buen momento para regresar a la tumba de Beatriz... pero en ese instante, noté que la lápida sobre la que estaba sentado se movía...


Me aparté de un salto, y pude ver que, efectivamente, la lápida se alzaba empujada desde abajo... no era ilusión, no... con horror vi cómo un esqueleto salía de la fosa, y leía la inscripción tallada sobre la cruz que remataba su tumba, y que decía:


"Aquí yace Jacques Olivant, buen hijo, padre y esposo. Murió en gracia de Dios.

Y el esqueleto, con una piedra, borró la inscripción y escribió en su lugar con la punta ígnea de lo que había sido su dedo índice: 

"Aquí yace Jacques Olivant, mató a su padre, maltrató a su esposa y atormentó a sus hijos; engañó a sus vecinos, robó todo lo que pudo y murió en pecado mortal".


El esqueleto, después de esto, contempló un momento su obra con aparente satisfacción y comenzó a introducirse de nuevo en la fosa. Y entonces, vi con espanto, que en derredor, todo el cementerio era un bullir de lápidas que se levantaban y tumbas que se abrían... centenares de esqueletos o cuerpos en diversos estados de putrefacción, salían de sus sombrías moradas y procedían a borrar las piadosas inscripciones que sus familiares o amigos habían hecho grabar, para escribir en su lugar... la verdad.

Atónito, espantado, pensando que también Beatriz habría salido de su tumba, corrí hacia allá. Llegué a verla un instante, cubierta por un velo negro, justo en el momento en que se introducía en su fosa y cerraba la lápida.


Y en la cruz de mármol blanco, donde antes se podía leer:

"Amó, fue amada y murió".

Ahora ponía:

"Salió un día de lluvia para engañar a su amante, enfermó de pulmonía y murió".

Me encontraron a la salida del sol, tendido sobre la tumba de Beatriz. 

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¡Caray con Maupassant, qué imaginación...! Y parece que "la muerta" no era la "amante amantísima" que suponía el protagonista...  ;)

Continuemos esta excursión por lo inexplicable; ahora con un relato propio, que escribí hace algún tiempo sobre una experiencia real que me contó alguien.


El tío Anselmo
Eran los tiempos en que los ancianos se morían en su casa, rodeados de sus seres queridos, y no solos y entubados, en una aséptica habitación de hospital, como ocurre en nuestros tiempos, en los que se trata por encima de todo, de mantener una vida que ya no es vida. 

Estaba el tío Anselmo en su habitación, en su cama, y encaraba sus últimos momentos. El médico que le había visitado momentos antes, se había despedido con un "No creo que pase de esta noche". Con el tío, a ambos lados de la cama, estábamos mi madre, una vecina, mi hermano y yo.

Todos esperábamos que de un momento a otro, el tío se despidiese para siempre. Pero en lugar de despedirse, en un momento dado, nos miró a todos y pregunto:

- ¿Quién es esa señora?

- ¿Cuál señora? - le preguntó mi madre.


Y el tío Anselmo, señalando con la barbilla hacia una esquina de la habitación, más allá de los pies de su cama, contestó:

- Esa, esa vestida de negro, que está al lado de la puerta.  

Todos miramos con aprensión al rincón indicado...

Allí no había nadie.

El escalofrío que recorrió mi espina dorsal en aquel momento, se repite todavía cada vez que rememoro la escena. Una hora después, confirmando la impresión del médico, el tío Anselmo se había ido para siempre. Pero... ¿qué, o a Quién, había visto el tío Anselmo?

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Curioso, ciertamente. Es posible que el tío Anselmo viera la misma imagen que en su momento vio Abdul...

Para terminar, un relato ultra-corto y un tanto absurdo, pero real; porque se trata de una experiencia propia que es la primera vez que pongo por escrito.


Encuentro casual
Hace muchos años, íbamos mi padre y yo paseando por una calle del centro, calle muy transitada a esa hora; las seis de la tarde. Al poco, vimos entre la multitud un rostro conocido, un vecino del barrio, que se acercaba hacia nosotros.

Al sobrepasarnos, siguiendo su camino, nos hizo un saludo con la mano mientras nos dedicaba una sonrisa; saludo al que mi padre contestó con un "¡Hasta luego...!".


Yo me quedé un momento absorto, después, mirando a mi padre, le pregunté:

- Pero éste... ¿no se había muerto?

Y mi padre, devolviéndome la mirada con una subida de cejas, contestó simplemente:

- Sí.

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Y es que a veces, lo inexplicable se presenta en nuestras vidas de la manera más imprevista y nos deja trastabilleando mentalmente y haciéndonos preguntas sin respuesta. En fin, abandonemos los "no muertos" y lo inexplicable y pasemos a algo menos sombrío...  ;)



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Las figuras son de: Minis3D
28mm, Resina.


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